Y esto, ¿a mí por qué me lo cuentan?

Recuerdo que ese pensamiento se transformaba en comentario con bastante frecuencia. Especialmente, durante el primer curso de la carrera. Ese que para la mayoría de los alumnos supone el gran descubrimiento de lo que la enfermería es (y puede llegar a ser).

En realidad, tengo que aclarar que esto ocurría antes de Bolonia (a. de B.).

Ahora, alguna asignatura que se estudiaba en primero, ha pasado a segundo. Como todo en esta vida, según se mire puede ser una ventaja o una desventaja. En este momento yo lo veo como desventaja. Y es que, descubrir lo que es la Enfermería (insisto, y lo que podría llegar a ser) en segundo, quizá sea demasiado tarde.

Retomando el pensamiento que da título a la entrada, confieso que con el paso del tiempo cada vez surgía (o al menos a mí) el sentimiento contrario: y esto, ¿por qué no me lo cuentan?

Y así, he ido pasando de no comprender para qué tenía que estudiar ciertas cosas, a no comprender porque ciertas cosas no se estudian. Mi conclusión de esto lo dejo para otro momento.

Ahora de lo que quiero hablar es de ética y deontología.

Recuerdo que en clase se explicó que hubo un momento en el que alguien se planteó por qué Enfermería tenía que estudiar ética (y legislación). La respuesta ahora (me) parece obvia: en el día a día las Enfermeras se enfrentan en su trabajo a situaciones que plantean dilemas éticos y morales que deben saber resolver adecuadamente.

Una de las muchas circunstancias en las que una Enfermera puede ver comprometida su actuación es el ensayo clínico. Uno de los roles más habituales para una enfermera en un ensayo de fármacos es la administración de la sustancia que se esté ensayando. También el seguimiento del efecto y de las posibles complicaciones.

Dos palabras: consentimiento informado. La legislación española lo tiene bastante bien definido. Cómo se lleva a cabo por los profesionales es otra historia (quizá para otra entrada).

Lamentablemente, no siempre hubo una protección legal del paciente. Ejemplo de esto sería el ya histórico «Estudio Tuskegee sobre sífilis» en el que se reclutó a varones de raza negra para estudiar la evolución de la enfermedad no tratada. Se desarrolló entre 1932 y 1972 en Estados Unidos. Cuando se empezó a administrar la penicilina (1947) para tratar la enfermedad, los responsables del estudio evitaron que los sujetos estudiados la utilizaran para prolongar el seguimiento. El coste en vidas humanas: más de 100. Seguro que no se le escapa a nadie que entonces no existía el concepto de consentimiento informado.

Años después, en el 2000, sale a la luz el ensayo llevado a cabo por uno de los gigantes de la industria farmacéutica. En este caso el escenario es Nigeria. En 1996 se declaró una epidemia de meningitis. Entonces se empezó a administrar a niños un antibiótico que no estaba autorizado, todavía, para uso humano; el trovafloxacino. Los resultados de esta operación fueron 12 muertos y un gran número de niños con secuelas graves. Aquí tampoco hubieron consentimientos informados. En este momento, para quien no la haya visto, recomiendo encarecidamente el visionado de la película «El jardinero fiel«.

Ya en el siglo XXI, este tipo de cosas no siguen sucediendo.

También puedes leer la noticia en la prensa nacional.

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